viernes, 3 de febrero de 2012

TEXTO DE LA PRESENTACIÓN EN TARRAGONA DE HACHAZO DE METRÓNOMO POR JAUME PALAU I BANÚS

“El tiempo es tu navío, no tu morada” – Alphonse de Lamartine.
“El tren se ha detenido en el silencio opaco y sin ecos de la noche anónima. Es la llegada a término.” – Emilio Adolfo Westphalen – Bajo zarpas de la quimera



Hola, buenas tardes a todos.
En primer lugar agradezco a l´ Espai de Creació Merceria 4  el hecho de que nos haya cedido su acogedor espacio para que podamos organizar ese pequeño homenaje –pues no otra cosa es toda presentación de un libro- a Hachazo de Metrónomo.
Por supuesto, os agradezco también, a todos vosotros, vuestra presencia. No aburrir es la mínima cortesía que todo presentador debe a su público. Intentaré no ser descortés.
Luis Vea y yo nos conocimos hace años, muchos, cuando ambos ganamos sendos accésit en un concurso literario celebrado en una ciudad de Barcelona.
Recuerdo que el primer premio de narrativa en catalán y en castellano,  de poesía en catalán y en castellano, fue para los alumnos de un taller literario, que formaba parte de la organización del concurso. Y, como es de bien nacido el ser agradecido, todos aquellos flamantes y bien nacidos ganadores mostraron su gratitud a su profesora, la Sra. Rosa que, casualmente, también ejercía la función de Presidenta del Jurado.
Recuerdo, igualmente, que la entrega de los premios tuvo lugar durante una cena y que Luis y yo –sentados uno al lado del otro- comentamos, entre sorprendidos y lógicamente, justamente, indignados, dicha circunstancia. Y no por despecho, no. Tampoco por frustración y rabia porque los ganadores fueran otros. No. Pues nosotros –o al menos yo- aún mantengo una fe ciega en la honestidad de los jurados y –por supuesto- en la honestidad de nuestros políticos. Nuestro despecho, nuestra rabia, nuestra indignación iba dirigida contra nosotros mismos por no habernos inscrito en un taller literario en el que ¡me resultaba tan evidente en aquel momento! se alcanzaba la excelencia literaria.
A todo esto Luis fue avanzando posiciones en su carrera literaria. Creo que ha ganado más de cincuenta concursos, tanto en narrativa como en poesía, tanto en catalán como en castellano, tanto en Catalunya como fuera de ella. Ha publicado muchos poemas y relatos en obras colectivas y, en solitario, dos libros con la editorial granadina Isla Varia Ediciones: Cotidianos, de relatos y Hachazo de Metrónomo que hoy tengo el gusto de presentar. También mantiene un blog denominado Madera de Náufrago de visita altamente recomendable.
Pero antes de hablaros de su libro quiero puntualizar un par de cosas. La primera es que todo autor, todo artista, realiza una obra; pero es el público –espectador, escuchante o lector- el que hace la función de demiurgo, al proporcionarle el hálito de la vida. Cualquier obra sin público que la haga suya no es más que un ejercicio estéril, una artificiosa voluta de NADA que se disuelve en el vacío.
La segunda es que no creáis, ni por un momento, que la única interpretación válida de una obra pertenece al crítico que, negro sobre blanco, da su opinión sobre ella; ni tampoco al “erudito” profesor que pontifica en el aula con voz grave; ni siquiera a su propio autor ya que al mismo, en su proceso de elaboración, se le escapan acordes y notas, formas y colores, frases y metáforas que en un principio –y muchas veces también en un final-  no sabe interpretar correctamente, pero no por ello ignora que aquel destello venido de “otro mundo” –como gastado derrelicto llegado a las playas de lo consciente-, de alguna extraña manera ilumina y enriquece su obra.
La única interpretación válida de una obra es la que cada cuál hace de la misma desde su propia reflexión y emoción, desde sus propios conocimientos y carencias, desde el cúmulo de lecturas previas ya metabolizadas, desde su experiencia vital, desde su insobornable “otredad”, y sensibilidad, y gusto. Todo lo que ahora os acabo de decir obedece a una única razón: a la que interpretéis las palabras que ahora siguen como una aproximación a la obra de Luis Vea tan personal -e igualmente tan válida- como la que podáis hacer vosotros mismos tras leer el libro cosa que, encarecidamente, os recomiendo.
Cuando acabé de leer Hachazo de Metrónomo dos cuadros se hicieron presentes en mi memoria, dos lienzos tomaron –con su terrible fuerza expresiva, con su demoledor mensaje- mi imaginación. El primero fue “Saturno”, una de las famosas pinturas negras de Goya. Como sabéis Saturno es la traslación romana de Chornos, el dios griego del tiempo, representado en el lienzo por un gigante de faz grotesca y mirada enloquecida que devora a uno de sus hijos, ya un simple muñón sanguinolento y descabezado. Porque precisamente de eso trata Hachazo de Metrónomo: del tiempo y de su crueldad y, como correlato, de la vida y de su envés, la muerte.
El otro lienzo fue “El grito”, de Edward Munch. Pues considero que Hachazo de Metrónomo es el grito de su autor –entre la perplejidad y el desasosiego, el estupor y la angustia- ante esa certeza de la fugacidad del tiempo, de la presencia constante, en nuestra vida, de la muerte inexorable.
Después, tras una segunda y ya más reposada lectura, me di cuenta que Hachazo de Metrónomo busca, sobretodo, definir al hombre.
Así, en su poema Excurso nos indica que: “somos vástagos de la duda/ atrapados en el determinismo/ de las vidas”. En Luna roja sobre Viena pone el dedo en la llaga sobre nuestra soledad irremediable: somos “una palabra que perdió su verso”. Es decir, una palabra sin ninguna otra que la acompañe, que le de brillo y sustento, que le sirva de referente y la dote de sentido.
Y gira, todo el poemario, sobre esos dos ejes axiales: el hombre y su relación con el espacio y, principalmente, el hombre y su relación con el tiempo: “somos hijos del hachazo certero del metrónomo que jamás falla”. O “luz que agoniza en la noche azul, sombra que se diluye”, nos aclara el poeta.
Y pesa, como una lápida, sobre nuestras existencias, ese conocimiento anticipado de nuestra finitud, ese saber de nuestro fin inobviable, “que el reloj siempre vence”. “Que la manecilla no retrocede”. El constatar que no hay “exorcismo contra el mal del tiempo”. Pues el hombre siempre teme el no ser y, frente a esa certeza, sólo cabe intentar que el plomo de la muerte: “tarde tiempo en conocerte”. Ya que, frente a nuestra infinita sed de eternidad sólo se nos concede un mísero sorbo de tiempo, una próxima, e ineludible, fecha de caducidad.
Únicamente la memoria de los vivos por los muertos (el recuerdo como manifestación de amor), concede a éstos una vida espuria hasta que el olvido (por defunción de todos aquellos que conocieron al difunto en vida o por la traición del olvido de los vivos) les condene ya a una segunda y -ahora sí- definitiva muerte.
Frente a esta realidad desoladora, ¿qué nos queda? Nos lo indica en su poema Eternidades Fúnebres: el regreso a lo primigenio, el disfrutar de los placeres humildes, ni venales ni vanales, de las pequeñas cosas: “atravesar los campos/ descalzo, / hundir los pies/ en la lluvia, /ahogar la nariz/ en el olor del campo”.
También nos da un vislumbre en No es tiempo de renuncias: “Ya no es tiempo de renuncias/ es hora de elecciones”. Frente a tanto tiempo huido y fracasado –nos insta el poeta- hagamos, del que nos resta, un tiempo propio y luminoso, grávido de aconteceres, sentido y dicha. “Es hora de elecciones” –proclama el poeta: de coger las riendas de nuestro destino, de llevar por la brida el tiempo, de conquistar nuestro futuro y, en definitiva, de hacer vida la vida que anhelamos hacer.
Pero no puede, ni quiere, el poeta abstraerse de su época y de su entorno, del espacio que le ha tocado habitar. Y su mirada y su sensibilidad toman partido, pues no pueden ser neutras ante tanta injusticia, ante tanta arrogancia, ni ante tanta indigencia ética y estética, moral en definitiva, como la que nos rodea.
Así, por ejemplo, Luna roja sobre Viena es un frontal ataque contra la sensibilidad adocenada, un desenmascaramiento del falso romanticismo que sublima la realidad ocultando sus fallas y sus llagas y que tiene en una ciudad, Viena, y en una persona, la emperatriz Sissí, su paradigma. Sissí: carne crucificada en la leyenda creada por otros, cuerpo glorificado ajeno a la sístole y a la diástole de la vida, sin flujos y sin mácula.
En Skyline de Barcelona critica un falso progreso que tiene su máxima visualización en una arquitectura de autor que encandila a todos los “pijoapartes” que en el mundo han sido, arribistas sin cultura y sin criterio estético, nuevos ricos que rinden un ciego culto al oropel y a la extravagancia frente a esa humildad tan plácida y tan humana, tan mediterránea, de : “casa baja y plaza llena, de abuelo y de bastón/ de palomas y migas de pan,/ de gatos asomándose tras los muros”.
Ataraxia nos habla de la crueldad de las guerras en las que “las balas recorren el firmamento… expeliendo el veneno del odio”. Y de los malditos Rambos de gatillo tan fácil como comprensión difícil, de básico e ingenuo patrioterismo. “Dios bendiga siempre a América” y nos aleje, a todos nosotros, tanto de sus guerras como de sus agencias de calificación y sus perversas consecuencias. Amén. Por cierto: al leer el poema no puede, ni debe, pasarnos desapercibido el sarcasmo del título.
Nocturno o sueño de la falsa emoción trata sobre la alienación en el mundo del trabajo que “termina haciéndonos/ a todos vulgares,/ a nuestro pesar”. Una reflexión la mayoría de las veces válida.
Tangram es un poema en el que vuelve a advertirnos que el tiempo huye como semillas de polen –lamentablemente para nosotros no siempre de forma tan fértil- y en el que se constata nuestra difícil adscripción al mundo, poniendo de manifiesto que nuestras vidas son un juego pero: ¿cuáles son sus reglas? ¿Quién lo dirige?
En Éxito proclama que todo éxito no es más que un espejismo, una pompa de jabón, una dificultosa –y yo sostengo que la mayoría de las veces insolidaria y necia- conquista del vacío.
En su poema Solo nos sirven los héroes nos previene que, éstos, únicamente nos sirven cuando ya están muertos, cuando se han convertido en afiches colgados en la pared de nuestra habitación, en carne de mercado y en tintineo de caja y su mensaje ha sido traicionado y despojado de cualquier carga crítica y de resistencia frente a lo establecido, alentando, aún más,  “la estupidez de los ignorantes./ Sólo nos sirven los héroes/ para ser ciegos/.
Como podéis comprobar, los poemas de Luis Vea no son –para nada- complacientes. No prentenden halagar el gusto o disculpar la molicie del lector. Su función es muy otra: la del muecín en lo alto del minarete advirtiéndonos que somos esclavos del metrónomo y que, como ya observó Jaime Siles, “sólo la muerte avanza segura por el tiempo”; que la vida se nos escurre entre los dedos como fina arena y que, precisamente por ello, por esa imposibilidad de amarrar las horas, por esa no reversibilidad del tiempo, nos insta a que lo aprovechemos y a que sepamos discernir, en nuestras vidas, lo trivial de lo necesario, lo quimérico de lo posible.
Hachazo de Metrónomo es también, como la sal, el esforzado producto de la supresión de todo lo superfluo, la bella cristalización de lo esencial que es, siempre, todo poema logrado.
Sus poemas, de pocos versos sobrios y hasta incluso ásperos, son de una acerada precisión nunca altisonante, y jamás caen seducidos por la pirotecnia verbal.
Si alguien me hiciera la peregrina pregunta de a qué escuela poética pertenecen yo le diría que se dejara de tonterías pues no otra cosa considero esa funesta manía de querer catalogar personas y cosas, esa pasión tan humana por la taxonomía. Y me limitaría a responder, a quien me hiciera tal pregunta, que la poesía de Luis pertenece a la escuela de la buena poesía y, consecuentemente, a la escuela de la poesía necesaria.
Por último deciros que, como toda buena obra literaria –y la de Luis Vea lo es- Hachazo de Metrónomo no agota su riqueza con una sola lectura pues cada nueva lectura que hagamos de ella nos recompensará con un nuevo destello de lucidez y verdad.

Jaume Palau i Banús.

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